lunes, 11 de septiembre de 2023

Richard Milhous Nixon: Funerales en Imperial Route


Yorba Linda, California. Como muchos de los episodios que caracterizaron su carrera política, la vida de Richard Milhous Nixon culminó con un hecho irónico: el presidente de Estados Unidos que hizo notable a su gobierno por el protagonismo en política internacional, no quiso que sus restos fueran sepultados en el centro del poder político estadounidense, Washington, sino en el pequeño pueblo donde nació, al sur de California.

A solo 20 metros de la diminuta casa que construyó su padre, Francis Anthony Nixon, sobre el terreno donde a principios de siglo hubo una huerta de cítricos, fueron depositados este 28 de abril de 1994 los restos del trigésimo séptimo presidente de Estados Unidos, fallecido cuatro días atrás, a los 81 años, en Nueva York, a consecuencia de un derrame cerebral.

En la localidad suburbana de Yorba Linda, hubo asueto obligatorio. Las banderas, como en todo el país, estaban a media asta. Los lugareños miraban azorados el intenso movimiento de transportes militares y vehículos acondicionados con equipos de transmisiones vía satélite.

Cumpliendo con uno de los rituales del Estado norteamericano, el ejército rindió honores al exmandatario, en un acto que no ocurría desde la muerte de Lyndon B. Johnson, su inmediato predecesor, en 1973. Una banda ejecutó marchas militares que invocan un espíritu triunfal: “Victoria en el océano”, el “Himno de batalla de la República”. Imperial Route, una carretera que cruza el centro de este pueblo conurbado a Los Ángeles, se llenó de limusinas y de individuos vestidos de negro. En una región regularmente soleada todo el año, el cielo estuvo cubierto de nubarrones grises.

Cerca de 500 invitados llegaron a la última cita con uno de los políticos estadounidenses más controvertidos de la segunda mitad del siglo XX, el personaje central del Caso Watergate; el único estadounidense elegido dos veces como vicepresidente y dos como presidente; el primer y único mandatario de esta nación que renuncia a su cargo; el estadista que se enfrentó a la crisis de Vietnam y que lanzó las últimas ofensivas guerreras antes de optar por la paz que le hizo ganar las elecciones en 1972, reeligiéndose; el presidente que abrió las relaciones comerciales con China y que inició los acuerdos de reducción de armas con la extinta Unión Soviética.

El féretro de ese hombre que en su juventud formó parte de las tropas estadounidenses enviadas a la Segunda Guerra Mundial, cubierto por la bandera de Estados Unidos, estuvo por última vez ante los ojos de conspicuos representantes de la clase política, mayoritariamente del ala republicana y conservadora. Pero como reflejo de la peculiar forma de convivencia política en este país, aquí también estuvieron los políticos de la oposición demócrata, incluidos los que protestaron contra la Guerra de Vietnam y hasta los que la evadieron, como el presidente William Jefferson Clinton.

Hubo aquí en los jardines del conjunto cívico Richard Nixon Library and Birth Site, la oportunidad de hacer un retrato de los círculos del poder en Estados Unidos. Los Clinton, Bush, Reagan, Carter. Los Baker, Haig, Quayle, Agnew. Y desde luego, los que sobreviven a Nixon, su hija Julie de Eisenhower, y Patricia de Cox, cuya boda se realizó en 1971 en los jardines de la Casa Blanca (y donde el hermano de Hillary Rodham de Clinton desposaría en 1994 a la hija de la senadora por California, Barbara Boxer), todos miembros de la élite política estadounidense, enlazados en matrimonios prósperos.

Los símbolos y formalismos sociales saltaban a la vista. Los expresidentes -salvo Carter- llegaron a los funerales de la mano de sus esposas. En los rostros no había sonrisas; los discursos fueron leídos en voz y ritmo lúgubres. En ningún momento hubo aplausos. Desde el principio fue evidente que este sepelio no solo habría de ser interpretado por medio de la palabra, sino también por los signos de la comunicación no verbal, un funeral en el que la edad avanzada de los invitados y la ausencia de gente de raza negra mostraban de alguna manera los tiempos a los que perteneció Nixon.

Cuando comenzó la ceremonia, apareció otra señal que indicaba los nexos de Nixon con “las cosas terrenales”. El reverendo William (“Billy”) Graham se presentó en el pódium a dar la bienvenida a los invitados, a nombre de la familia. Así fue. El consejero religioso de los Nixon es el ministro del culto evangélico que se hizo popular en Estados Unidos por su incesante presencia en los medios de información, por medio de columnas en los periódicos, en audiciones de radio, en programas de televisión (que incluso se distribuyen en decenas de países, en inglés y con traducción simultánea).

Para muchas de las familias que conforman los círculos del poder desde que Estados Unidos comenzó a existir -desde que los padres fundadores acudían a orar al templo de Old South Boston-, los consejeros religiosos han jugado un papel relevante en sus vidas privadas.

A la hora de los discursos y las dedicatorias, quien mejor que Henry Kissinger para hablar sobre las virtudes políticas de Nixon en política internacional. Su objetivo, dijo el ex secretario de Estado, no fue imponer el dominio estadounidense, sino establecer su liderazgo.

Kissinger, como el senador Robert Dole y el gobernador de California, Pete Wilson, exaltaron el interés de Nixon por la paz, pero dejaron pasar de largo aspectos que el mismo Nixon describió en su libro La verdadera guerra, donde el ex mandatario sugirió que se evitara la “americanización” de conflictos como el de Vietnam, donde llegó a haber medio millón de soldados estadounidenses.

“En el corazón de la Doctrina Nixon está la premisa de que los países amenazados por la agresión comunista deban tomar responsabilidad primaria para su propia defensa”, escribió Nixon en 1980, aludiendo a sus propias decisiones y acciones y dictando la ruta que Estados Unidos seguiría en Sudamérica y América Central.

Ninguno de los oradores hizo alusión a Watergate. Pero el marco en el que se realizó la ceremonia era suficiente para tener presente ese episodio de la vida pública de Nixon. En la biblioteca que lleva su nombre hay decenas de cintas que guardan cuatro mil horas de conversaciones del expresidente, incluidas las que permitieron a sus enemigos provocar el escándalo de espionaje político conocido como Watergate.

Otra ironía de su vida, Nixon -lo señala un cartel en las salas de acceso público donde se encuentran las grabaciones- quiso que todas sus conversaciones oficiales en la Casa Blanca y en la residencia de descanso de Camp David, quedaran plenamente registradas. Su objetivo: quedar abierto al juicio de la historia.

Texto: Guillermo G. Espinosa

Publicado originalmente el 28 de abril de 1994 en el diario Excélsior de la Ciudad de México.


sábado, 9 de septiembre de 2023

La cultura de la guerra en Estados Unidos

En el Capitolio de Texas, lista de oficiales del
 ejército de los Estados Unidos que murieron
 durante la invasión a México de 1846 a 1848.
 Foto: VLPC

Chicago. Con 11 guerras a cuestas y un millón 154 mil soldados caídos en combate o perdidos en acción, una singular cultura de la guerra se ha enraizado en este país.

Hoy fue Día de la Conmemoración en Estados Unidos, Memorial Day en la lengua de este pueblo que en algún momento de su historia se ha quejado de “la exportación de revoluciones”, aunque ha llevado a más de un millón de militares a guerras con el extranjero, en 214 años de su historia.

El Memorial Day honra desde hace más de 100 años a los guerreros estadounidenses. Este año, la diferencia está marcada por los hechos en el Oriente Medio. Atrás quedó el debate sobre la moralidad de la guerra contra Vietnam y la derrota frente a un pueblo menormente armado. Ahora se celebra la guerra contra Irak.

En el lugar de residencia del comandante Norman Schwarzkpof, Tampa, Florida, anoche hubo fuegos pirotécnicos sobre sobre la bahía. El vicepresidente Dan Quayle depositó una ofrenda floral en el cementerio de Arlington, situado al sur de la capital estadounidense.

Lejos de la formalidad oficial, el Memorial Day es buen pretexto para ir a fiestas o a bares; la oportunidad para los ricos tomen unas breves vacaciones y algunos miembros de la clase media guarden luto. Es uno de esos días en que la gente del campo, las montañas y los barrios de trabajadores urbanos vistan el cementerio.

Es también ocasión para algunos grupos contestatarios manifiestan su indignación por la actitud belicista de su gobernante. El domingo cientos de motociclistas vestidos de negro, estilo rebeldes sin causa, recorrieron las calles del centro de Washington, yendo del Pentágono a la Casa Blanca.

“Las marchas triunfales con listones amarillos no pueden esconder el hecho de que hoy la situación en el Oriente Medio no es mejor que antes de la guerra”, afirmó Barry Romo, de la organización Veteranos de la Guerra de Vietnam contra la Guerra, en Chicago.

“No hay democracia en Kuwait; Sadam Hussein sigue en el poder y los curdos están muriendo. Bush y compañía pueden pensar que la guerra resuelve los problemas, pero la realidad está superando a la Tormenta del Desierto”, dijo en referencia al nombre de la operación militar en Irak, desarrollada del 2 de agosto de 1990 al 28 de febrero de 1991.

Un académico de la Universidad de Chicago, Barry Karl, afirma que en la historia de Estados Unidos, especialmente en el siglo XIX, a la guerra se la ha considerado un deber patriótico.

“Con la crisis del Golfo se hicieron evidentes algunos cuestionamientos, pero en general los estadounidenses han aceptado ir a la guerra por razones prácticas”, apuntó al ser interrogado sobre las guerras hechas por Estados Unidos.

Muchas veces justificada, la historia bélica de la Unión Americana abarca una larga lista. Y más extensas aún son las acciones de intervención o invasión.

“Estados Unidos ha logrado moldear su imagen de defensor de los inermes en los textos de secundaria, pero no sucede lo mismo en el registro de los asuntos internacionales”, escribió Howard Zinn, autor de A people's history of the United States.

Sin contar las bajas en la invasión a Panamá, en 1989, los asesores estadounidenses caídos en El Salvador, en la década pasada; los muertos en Beirut en 1983 y 141 soldados en Kuwait, Estados Unidos reporta 650 mil fallecidos en conflictos en el extranjero, 120 mil de los cuales fueron sepultados fuera de su país.

En la Guerra Civil (1861-1865) perecieron 497 mil y durante la expansión hacia los territorios indios del Oeste, otros mil. La cuenta total de un millón 154 mil soldados caídos en 11 guerras comienza en la Guerra Civil en 1861 y no incluye intervenciones militares cortas.

La expresión cultural

Hay países en América o en Europa en los cuales las familias pueden viajar a las localidades rurales en búsqueda de iglesias y plazas antiguas.

Aquí uno puede tomar los mapas turísticos y localizar monumentos, cementerios o hasta carreteras, como en el estado de Wisconsin, dedicados a los combatientes de este país.

En Silvis, Illinois, una comunidad mexicana que se asentó a orillas del río Mississipi desde la segunda década de este siglo construyó su propio Memorial para honrar a una desproporcionada cantidad de 30 mexicano-americanos de la pequeña localidad, muertos en Europa, Corea y Vietnam.

La erección de monumentos a los veteranos es una práctica extendida. En la zona metropolitana de Chicago, según la administración de parques de la ciudad, hay más de cien sitios dedicados a ex combatientes fallecidos.

En cada capital estatal, como en Lansing, Michigan, hay por lo menos una lápida conmemorativa. En Indianápolis hay un obelisco de más de 20 metros de alto. En Madison, Wisconsin, se inaugurará el año próximo un museo exclusivos de los veteranos de guerra; este estado posee una de las más notables tradiciones de evocación de sus guerreros.

Ser veterano de guerra en la Unión Americana es al menos un honor personal y un tema relevante en la retórica política nacional.

En el país de mayor gasto militar en el mundo, cualquier ciudad pequeña o barrio urbano que se precie de respetable tiene su tienda de artículos militares; una biblioteca pública con su sección de novelas sobre los tiempos de la guerra; una arrendadora de películas viodeograbadas con su sección de cintas bélicas, que incluya desde las luchas cuerpo a cuerpo, hasta los combates galácticos.

La antonomásica relación de la cultura estadounidense con la guerra se expresa en la existencia de tiras cómicas como Doonesbury, un veterano de la guerra contra Vietnam, que no se quita el uniforme y el casco ni para dormir.

Entre la clase política hay quienes sacan ventaja de su participación en la Segunda Guerra Mundial, Corea o Vietnam. Entre los periodistas, el cubrir una guerra es símbolo de estatus y experiencia.

Las tropas

Sin incluir a la Guardia Costera, el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos calcula que en Estados Unidos el total de miembros de las fuerzas armadas es de dos millones 117 mil 900, de los cuales 219 mil son mujeres. Un millón 613 mil son reservistas que reciben o han recibido algún beneficio económico de las instituciones militares.

Con base en esa cifra se tiene que casi uno de cada cien estadounidenses está involucrado directamente con las instituciones castrenses.

La mayor parte de las tropas está formada por hijos de trabajadores. Muchos de ellos esperan que a cambio de arriesgar su vida obtengan ayuda económica para realizar sus estudios. “Pero no sucede así”, dijo Emma Lozano, de una organización de Chicago llamada Comité Latino. “Las minorías, especialmente los hispanos, cuentan solo cuando hay guerra o cuando hay elecciones. Después se olvidan de nuestra educación y no nos dejan más alternativa que el trabajo en fábricas”.

En Estados Unidos, las guerras son decisión de los gobiernos, pero la actitud del pueblo es un aspecto que vale la pena observar. El sentimiento nacionalista que desatan las guerras -como en los años cuarenta ó en la crisis del Pérsico- le han dado popularidad a algunos presidentes.

Según una encuesta del diario nacional USA Today, al finalizar el conflicto con Irak, en la última semana de febrero de 1991, el 91 por ciento de los estadounidenses aprobaban la forma en que estaba desarrollándose la gestión pública del presidente George Bush. Tal nivel de apoyo no había visto en el presente siglo, según la publicación.

Las expresiones culturales de las guerras y las fuerzas armadas se distinguieron en las páginas de cualquier impreso periódico, en los cuales la guerra contra Irak incendió sentimientos antiHussein, como si se hubiera tratado de Adolf Hitler.

Para conmemorar el hecho bélico, salieron sorpresivamente a la circulación públicarevistas que desglosaban las características de las instituciones armadas estadounidenses y de las iraquíes, como si se tratara de equipos de futbol americano que luchan por hacer que su línea territorial avance. Las publicaciones se vendieron “como pan caliente”, con títulos como United States at war y Desert Storm.

Los medios, como el mismo USA Today, han publicado imágenes de tropas de asalto que cuidan la salud de soldados iraquíes en recuperación física o kuwaitíes que besan la bandera de Estados Unidos.

Algunas industrias y comercios pequeños también trataron de usufructuar del patriotismo vendiendo todo tipo de “recuerdos”, que van desde la fotografía estampada de un cohete balístico Patriot en una playera, hasta la cara de Shwarzkopf en tazas de café.

Después de tres meses de concluida la guerra, como símbolo de bienvenida, las calles de las ciudades estadounidenses lucen moños amarillos en edificios o antenas de automóviles y carteles impresos o luminosos que rezan: We support our troops. We are proud of our soldiers. Congratulations for the victory. [¿Quién podría afirmar crudamente que esa tierna canción popular de los años setenta, titulada "Ata un moño amarillo al viejo roble”, es una auténtica pieza de la cultura bélica americana? Pues lo es.]

La guerra aparentemente terminó en el Pérsico. La animosa euforia es más grande hoy.

Texto: Guillermo G. Espinosa

Publicado originalmente el 28 de mayo de 1991 en el diario Excélsior de la ciudad de México.



lunes, 21 de agosto de 2023

Automóviles compartidos: Carpools

Los Ángeles. De Nueva York a Los Ángeles, de Miami a San Francisco, se está diseminando un movimiento para desalentar el uso individual de automóviles en las megalópolis estadounidenses, formando una corriente que avanza incluso contra los patrones de la cultura urbana de esta nación: en Detroit abrió la primera línea de ensamblaje de coches motorizados en el mundo y asfaltó la primera avenida para el tránsito de vehículos con ruedas de caucho.

Los trabajadores se organizan en las grandes urbes para viajar en un solo vehículo desde sus áreas de residencia hasta los centros de trabajo. A estos conjuntos les denominan carpools o grupos en autos y vanpools o grupos en camionetas tipo van, que cuentan con carriles exclusivos en las autopistas.

La idea primigenia de estos pools apareció en Los Ángeles durante la crisis del petróleo de 1973-1974. Fue hasta los años ochenta cuando se consolidó en las mega-ciudades estadounidenses, como parte de una estrategia para reducir el número de vehículos en circulación, con una sola persona a bordo; disminuir contaminantes en la atmósfera; desahogar autopistas y bajar los gastos para construcción y ampliación de las mismas.

“No hay dinero suficiente para construir y ampliar las autopistas por donde circule tanta gente que maneja sola”, dijo Bruce Roberts, administrador del programa Rideshare o Viaje compartido del gobierno de Los Ángeles.

Aquí se moviliza un promedio diario de cinco millones de vehículos (dos millones más que en la Ciudad de México), que aporta entre 60 y 80 por ciento de los contaminantes de la atmósfera. Y coincidentemente con la situación del valle de México, el aire sucio queda atrapado por una cadena montañosa que se encuentra al este de la urbe.

Límites

Dentro de los límites formales de la ciudad de Los Ángeles habitan nueve millones de personas, ero la población del condado (macromunicipio) de Los Ángeles más la de dos de los condados conurbados, Orange y Ventura, suman 12 millones de 300 mil, sobre una superficie mayor que la del área metropolitana de la ciudad de México.

Según encuestas de las autoridades locales de transporte, un angelino típico pasa 69 minutos diarios en su automóvil, muy por encima de los 23 minutos que registra el promedio nacional urbano en viaje redondo a su centro de trabajo. Para cruzar la totalidad de la mancha urbana por las autopistas de Los Ángeles que van de sureste a noroeste, se necesitan de 70 a 90 minutos, dependiendo de las condiciones del tránsito.

Los residentes de los suburbios más próximos al centro angelino, como Burbank, requieren de por lo menos media hora para trasladarse de un punto a otro. Quienes viven en el condado de San Bernardino, conurbado a Los Ángeles por el este, tardan de 45 a 90 minutos para ir al centro angelino, dependiendo del punto de partida, la velocidad de tránsito general y los obstáculos en el camino.

El costo de mantenimiento de un coche en Los Ángeles es de 53 centavos de dólar por milla recorrida -un kilómetro 640 metros- y la velocidad promedio en la urbe es actualmente de 56 kilómetros por hora, pero dentro de siete años se calcula que podría bajar a 27 kilómetros. Los angelinos comenzaron a reconocer sus problemas de contaminación desde los años cuarenta cuando el uso masivo de automóviles se convirtió en una parte del modo de vida americano o American way of life, en medio de la efervescencia económica de la postguerra y la consolidación de su cultura suburbana.

Contaminación

“Hace 20 años nos dimos cuenta de que los condados del área de Los Ángeles teníamos que trabajar juntos porque la contaminación del aire no reconoce fronteras políticas”, explicó Roberts, experto en estrategias de transporte, que también ha contribuido al diseño de programas en Nueva York.

Los angelinos encontraron que había diferentes vías para resolver el problema: se redujo primero la cantidad de contaminación que emitían los autos al aire; después se reconoció la necesidad de disminuir el número de autos en circulación, mejorando la oferta de transporte público, rezagado respecto a otras megaciudades del país y desalentando el uso individual de autos, agregó Roberts.

La legislación nacional sobre la limpieza del aire o Clean Air Act de 1970 hizo obligatorio el uso de convertidores catalíticos y exigió a la industria petrolera mejorar la calidad de la gasolina. El estado de California estableció además la revisión obligatoria de los motores de vehículos.

Con esas acciones los niveles de contaminación se redujeron progresivamente en Los Ángeles, aunque se necesitó de 10 a 15 años para bajar las emisiones. Hoy en día, esta urbe sigue siendo la más contaminada en Estados Unidos y el reto es mayor desde 1990, debido al reforzamiento de los parámetros sobre la limpieza del aire.

Jueves, auto compartido

La idea de formar pools se ha denominado por distintas regiones de los Estados Unidos, pero es en Los Ángeles donde se han logrado los mejores resultados, de acuerdo con las fuentes consultadas.

La promoción de los equipos está a cargo de organismos sin fines de lucro como Commuter Transportatioin Services (CTS), que es la mayor y más antigua organización en su tipo y cuyo objetivo es mejorar la fluidez del tránsito de vehículos en esta ciudad.

Una de las tareas de CTS es establecer contacto entre individuos de la zona metropolitana angelina interesados en participar en un grupo, llamados carpoolers. La entidad cuenta con un presupuesto anual de 12 millones de dólares y emplea a 150 personas que reciben llamadas telefónicas, procesan información de encuestas, organizan listas por zonas de residencia y asesoran a grupos y empresas que quieran formar equipos.

Para las empresas o instituciones públicas con más de 100 trabajadores es obligatorio formar pools. Los gobiernos del condado de Los Ángeles, del municipio de Los Ángeles, del municipio de Los Ángeles y grandes empresas como Hughes Aircraft, entre muchos otros, cuentan con oficinas especializadas para organizar a sus empleados.

Con frecuentes anuncios en radio, CTS desarrolla actualmente una campaña para que la gente comparta sus automóviles en jueves, que se considera uno de los días menos impredecibles de la semana. El objetivo es bajar 20 por ciento la circulación de vehículos en un día, es decir, de cinco a cuatro millones de vehículos.

Preocupación

CTS dispone actualmente de una lista de medio millón de personas interesadas en compartir su auto y el año pasado logró que 111 mil se sumaran al programa, según el director de la organización, Jim Sims.

Si aquella cantidad de individuos comparten su automóvil en un día, se dejan de consumir 263 millones de litros de gasolina y hay 25 mil 812 toneladas de contaminantes menos en el aire, explicó Sims.

A las personas que se unen al programa se les envían los nombres de gente que quiere compartir trayectos. La información ofrece detalles sobre horarios, orígenes y destinos, y se dan sugerencias prácticas como, por ejemplo, conocer previamente a las personas que compartirían un auto o una camioneta.

“Hay mujeres que se unen al programa a condición de viajar con otras mujeres, porque así lo desean ellas o porque sus maridos lo piden”, dijo una telefonista al referirse a las inquietudes específicas de la gente que llama a CTS.

El organismo ha detectado por medio de encuestas que las personas de origen latino son más propenas a compartir sus viajes. El 32 por ciento de los automovilistas de origen latinoamericano está dispuesto a compartir sus viajes, comparado con 28 por ciento de negros y 15 por ciento de asiáticos y blancos. Aún más definido es el caso de latinos que solo hablan español, porque el porcentaje aumenta a 52 por ciento.

Romance de pistoleros

Sims descarta que la cultura del automóvil en Estados Unidos esté en contradicción consigo misma, aunque se dice optimista sobre el futuro de los programas para compartir viajes y cree que en 1995 había un millón de personas en las listas de CTS. “La gente de este país ama realmente sus automóviles”, comentó Sims, “pero comienza a reconoce que viajar al trabajo solo no es muy práctico”.

Para Roberts, el atractivo principal de integrar pools es el beneficio económico para las familias.

Típico representante de la clase media profesionista estadounidense, con auto y residencia en los suburbios, el funcionario es parte de un grupo que comparte con 12 empleados del gobierno municipal una van; así se ahorra unos cinco mil dólares anuales y se evita la molestia de viajar 128 kilómetros de lunes a viernes, en viaje redondo del condado de Orange al centro de Los Ángeles.

“La gente se da cuenta de que la cultura del automóvil afecta la calidad de vida”, porque se traduce en contaminación y un drenaje para la economía del propietario y de la sociedad: combustible, mantenimiento, seguros, autopistas, estacionamientos, apuntó Roberts. “A eso que laman romance de los californianos con los autos, yo prefiero nombrarle matrimonio de pistoleros”.

Texto: Guillermo G. Espinosa

Originalmente publicado el 14 de junio de 1993 en el diario Excélsior de la Ciudad de México.


jueves, 17 de agosto de 2023

La frontera que divide a nativos y anglosajones

Lac du Flambeau, Wisconsin. Chippewa Falls es el nombre de un pueblo remoto de Estados Unidos, muy al norte, cerca de la frontera con Canadá y uno de los cientos de nombres indígenas de la toponimia estadounidense que se mezclan en América del Norte con palabras en inglés, francés y español, pero es también el nombre de una nación que en 500 años ha pasado de la vida nómada a la reservación.

En Lac du Flambeau, entre bosques de maple, roble y pinos, vive hoy el mayor de los seis pueblos chippewa. A las siete y media de la mañana, la reservación se ve en plena actividad. Los niños caminan por la carretera vecinal 47. Los empleados del centro comunitario indígena comienzan a llegar a sus oficinas, en auto o a pie. En el café Trading Post, que alude a los sitios de comercio franceses del siglo XVIII, los parroquianos hablan ya a esa hora de política local.

Los mil 600 chippewa de la reservación celebran la temporada de elecciones en el pueblo, este mes. Hay carteles en todas partes: en las tres entradas al pueblo, en el museo local, en el edificio del correo, en el supermercado y en las oficinas de servicios comunitarios. Tom Maulson disputa a Michael Allen la presidencia de la localidad.

La calle principal, que atraviesa el centro de norte a sur, lleva hasta uno de los sitios que hacen ampliamente conocido a Lac du Flambeau en Wisconsin: el casino. En un edificio sin terminar de construir, la gente entra y sale; hay máquinas de 25 centavos, de un dólar, de tres de cinco. Sonido de campanitas y humo de cigarro en todo el salón. Funcionamiento continuo las 24 horas de los 365 días del año.

La pesca se practica aquí a escala doméstica. En los pueblos vecinos, con cinco mil a diez mil habitantes, la disponibilidad de instalaciones y equipos para la pesca deportiva despierta la atracción de los aficionados a los deportes acuáticos. La infraestructura de comunidades vecinas contrasta plenamente con la de la reservación. En esos lugares es evidente la inversión de capitales: amplios caminos, hoteles y moteles, restaurantes y museos que evocan tiempos históricos de la vida en la “frontera americana”, la guerra contra los indios en el siglo XIX.

Tanto el casino como la pesca generan discusiones polémicas entre los habitantes de Lac du Flambeau y entre estos y los habitantes de pueblos vecinos. A los integrantes de la comunidad les preocupa el ambiente que genera el casino, pero admiten que es una fuente de ingresos y empleo necesaria por ahora.

A escala regional, la reservación enfrenta acusaciones por sobreexplotación de lagos y lagunas, así como por daños a la fauna marina con la pesca con arponeo, un sistema de los ancestros chippewa, que tiene especial relevancia en los primeros días de la primavera, cuando el termómetro en esta zona registra aún temperaturas bajo cero.

El nombre del pueblo, que traducido del francés al español significa Lago de la Antorcha, refiere a la imagen invernal del lago, captada por los mercaderes de pieles que entraban por ríos y lagos desde el puerto de Quebec, en la costa noratlántica.

En respuesta, los indígenas dicen que pesca deportiva cobra una mayor cuota de peces, aunque las diferencias han llegado a tal punto que los habitantes de los pueblos vecinos han organizado manifestaciones de protesta en Minocqua, a 15 kilómetros al este de la reservación, portando carteles en los que piden la prohibición de la pesca con arpones.

“No entienden nuestro método ni tampoco nuestra cultura, nuestro pasado y nuestros valores”, expresó el candidato presidencial del pueblo, Michael Allen en una entrevista. “Nosotros creemos en el círculo de la vida: la madre tierra nos da el espíritu. Para nosotros la conservación de estos lugares es la protección de nuestra propia vida”, agregó.

Territorios y autoridades

A pesar de ubicarse en una zona rural remota, los territorios indígenas no están aislados, hay acceso por medio de uno o más caminos pavimentados. En las entradas a la reservación -en un área de 230 mil metros cuadrados- no hay cercas. Tampoco las casas están bardeadas.

En las áreas tribales no solo hay población indígena, sino también individuos de otras razas. Unas 700 personas, que poseen cerca de 50 por ciento del territorio, han venido de fuera para comprar lotes a orillas de las reservas de agua. La presencia de “no indígenas” da pie a la constitución de un gobierno “no indígena” que coexiste con la autoridad tribal de Lac du Flambeau y cuenta con su propio edificio de gobierno o town hall.

La mayoría de la población indígena en el país vive en las 276 reservaciones dispuestas en 31 de los 50 estados de la Unión. El mayor número de ellas está en California, con 96, pero el área tribal más grande está en Arizona, con unas 20 mil hectáreas. Oklahoma, donde viven las poblaciones nativas trasladadas de los estados del este en el siglo XIX, no tiene sistema de reservaciones. Allá, los indígenas han tomado control de los gobiernos del condado, establecidos sobre la demarcación tribal que fue originalmente asignada hacia la década de 1830.

El sistema de reservaciones, así como la relación entre las poblaciones indígenas y el gobierno de Estados Unidos, son fenómenos complejos, basados en tratados de mediados del siglo XIX. En el caso de los chippewa y otros grupos étnicos autóctonos afincados al noroeste de los lagos Michigan y Superior, el pacto data de 1854.

Aunque los chippewa perdieron autoridad sobre mil kilómetros cuadrados, retuvieron el derecho de cazar, pescar y recolectar vegetales en los territorios arrebatados mediante la guerra, bajo sus propias leyes.

Definidas como naciones soberanas frente al gobierno de Estados Unidos, los indígenas poseen sus propias leyes de gobierno; la mayoría de las tribus han redactado constituciones en las que establecen las bases de sus relaciones internas y con el exterior. “Unos estamos en Wisconsin, otros en Minnesota e inclusive en Canadá; somos como cualquier otra nación en el mundo”, indicó Maulson. Las tribus tienen el derecho de constituir su propia autoridad policial; pero en muchos casos, incluyendo Lac du Flambeau, existen acuerdos que permiten la intervención de los cuerpos de seguridad de los estados o el gobierno federal.

Hogar y adaptación

La creación de reservaciones se remota al siglo XIX, durante la expansión al oeste de las colonias anglonorteamericanas, pero sus antecedentes se hallan en el periodo colonial.

Fue en Massachusetts donde las autoridades coloniales decidieron por primera vez la reubicación de los indígenas en cuatro localidades, sin distinción de etnias. El contacto entre indígenas e ingleses en esa región ocurrió a principios del siglo XVII; actualmente es uno de los 19 estados donde no hay reservaciones.

Historiadores y sociólogos señalan que la demarcación de las reservaciones sirvió originalmente para aislar a las tribus de los pueblos colonizadores; ahora se dice que estos sitios son un medio para la adaptación progresiva de las comunidades indígenas al sistema económico y cultural estadounidense.

Para los indígenas, señaló Tom Maulson, el otro candidato, la reservación es el medio en el que los indígenas “podemos correr libres, pescar, cazar, recolectar”. La tierra y los lagos son la base de sustento económico de las naciones indias, dijo por su parte Roxane Dunbar Ortiz, dirigente de la Asociación Indígena Mundial, reconocida ante los foros de la Organización de Naciones Unidas. “La conservación de las reservaciones como medio para el desarrollo económico es necesaria para mantener vivas las culturas indígenas”, puntualizó.

Con el apoyo del gobierno federal, los indígenas han podido construir nuevas viviendas. El automóvil es un bien básico de cada familia, aunque muchos de los vehículos son viejos; la tienda de Lac du Flambeau no tiene productos de lujo y su fachada es opaca como la de un bodegón. Los indígenas en Estados Unidos tienen bajo ingreso familiar promedio y esta reservación no es la excepción.

No obstante, afirmó Maulson, “hay avances... hace 50 años no era así; también nosotros tuvimos que recorrer largas distancias a pie y había menos fuentes de ingreso. Para sobrevivir, la clave de todo ha sido educar a nuestra gente. Ahora podemos decir con orgullo que nuestros hijos están recuperando el uso de la lengua indígena; esto nos mantendrá unidos”.

Texto: Guillermo G. Espinosa

Publicado originalmente el 12 de octubre de 1992 en el diario Excélsior de la Ciudad de México.



miércoles, 16 de agosto de 2023

El indigenismo rompió esquemas tradicionales del Columbus Day

Chicago. El movimiento político-social indígena recibirá este 12 de octubre de 1992 con una lista de reivindicaciones a su cultura y sus derechos económicos. No únicamente las organizaciones indígenas o los líderes y voceros de estos pueblos se han preparado para poner en tela de juicio las celebraciones por el quinto centenario de la llegada de Cristóbal Colón al hoy llamado continente americano. Sectores académicos y liberales, sindicatos, dirigentes políticos y representantes de “minorías” étnicas están de acuerdo en cuestionar la legitimidad de la fiesta.

“Este es el gran año”, afirmó Roxane Dunbar Ortiz, activista por los derechos indígenas. “Al mito de Colón se le da aún mucha importancia aquí y las ideas que lo conforman están ampliamente difundidas. Hay mucho qué hacer para divulgar una nueva versión de los hechos”.

En libros de texto y consulta general en Estados Unidos, el avistamiento de las islas Bahamas en 1492 por parte de los marinos encabezados por Colón marca el inicio de la cronología histórica de los Estados Unidos, ignorando cualquier otro acontecimiento previo, como es la fundamental presencia de etnias nativas.

Tradicionalmente la celebración del Colombus Day ha sido aquí una oportunidad de descanso en los primeros días del otoño. Los niños no van a la escuela, las oficinas de gobierno no están abiertas al público y las tiendas departamentales aprovechan la ocasión para atraer clientes con sus annual sales o baratas anuales.

La veneración al navegante italiano se ha expresado a lo largo de años en dedicatorias de monumentos, plazas, parques, ciudades, pueblos, condados, calles y autopistas. La capital de Ohio, Columbus, celebra los 500 años con una exposición floral. Pero a medida que penetran las ideas rebeldes de los años sesenta y en tanto se difunden nuevas interpretaciones de la historia de América, los tributos a Colón han perdido su encanto. Los libros para niños van retirando el concepto de descubrimiento, y gobernados y gobernantes comienzan a modificar el espíritu de la celebración.

Uno de los centros de vanguardia intelectual, la ciudad universitaria de Berkeley, en California, remplazó este año en su calendario oficial los tributos al genovés al servicio de la Corona española por la institucionalización del Día de los Pueblos Indígenas de América. Tulsa, Oklahoma, una ciudad fundada a principios del siglo XX, en medio de comunidades indígenas como los cheroquis y los creek, declaró a 1992 el “Año del Indio”.

“Un cambio así era impensable hasta hace 20 ó 30 años”, afirmó el lingüista y analista político Noam Chomsky, en una entrevista. “Si esto hubiera ocurrido en 1962, hubiera habido una celebración organizada por los blancos racistas; hubiera sido igual que cualquiera de las celebraciones de centenarios pasados”.

La controversia en torno a revalorar la cultura indígena o celebrar a Colón es evidente en diferentes ámbitos de la sociedad estadounidense, particularmente en los influyentes medios de información, en todos los formatos y géneros de redacción: documentales de diarios, reportajes en semanarios y ensayos en revistas mensuales. Dos grandes compañías cinematográficas han llevado a las pantallas la dramatización de la llegada de Colón al “Nuevo Mundo”. Las casas editoriales y los centros de investigación académica han reimpreso sus obras de análisis histórico y biográfico, a veces matizando el impacto de los descubrimientos de Colón y en ocasiones reinterpretando los hechos, hablando de “invasión y resistencia”.

Motores del cambio en la interpretación del pasado han sido los museos y las asociaciones privadas que los patrocinan y administran. A las colecciones de arte indígena les han quitado el polvo acumulado en vitrinas y almacenes de museos. Los restauradores de colecciones en instituciones como el Peabody Museum de Massachusetts, el Museo de Arte de Chicago, el Gilcrease de Tulsa, Oklahoma, y la Galería Nacional de Arte en Washington, entre otros, han reorganizado pisos y salas para incentivar la visita del público. La biblioteca privada Newberry de Chicago abrió una exposición con el interés expreso de “mostrar” a su público -profesionales, empresarios, gente de la clase media- que para los días en que llegó Colón había en el continente unas dos mil sociedades -sedentarias y nómadas- que hablaban sus propias lenguas.

“Es obvio que Colón fue de los que llegó tarde a América”, comentó irónico un miembro del Instituto de Estudios Cheroquis, Chris Back, al subrayar lo cuestionable de celebrar los méritos del navegante genovés. Más punzante aún ha sido el historiador Howard Zinn, al acusar a Colón de haber intervenido en contra de un marino Rodrigo para impedir que la Corona le diera una pensión de por vida por haber sido él quien dio el grito de “¡Tierra a la vista!”.

Los grupos contestatarios coinciden en responsabilizar a Colón de un genocidio que él mismo inició en el Caribe, con los arawaks, continuados no solo en la América continental colonizada por españoles y portugueses, sino también con métodos propios en el área tomada por ingleses, holandeses y franceses.

Arqueólogos e historiadores no coinciden en el cálculo sobre el número de habitantes que había en América en 1492. Se dice que había varios millones, 20, 50 ó 100. Cuando los puritanos llegaron a Massachusetts en 1629 se cree que habría en lo que hoy son Canadá y Estados Unidos, una quinta parte del total continental. El censo de 1990 en este país contabilizó un millón 900 mil.

No obstante los cuestionamientos, las formas de abrirse paso en público y los enfoques de interpretación histórica pueden ser diferentes entre las organizaciones contestatarias.

Algunas reservaciones de Estados Unidos han adoptado el 12 de octubre para recuperar sus valores enterrados y exaltarlos. Los indios oneida y los chippewa que habitan en la zona fronteriza con Canadá, celebran esa fecha su “derecho soberano frente a las leyes de Estados Unidos”. La danza Pom Wow, prohibida junto con otras en este país durante varios lustros en este siglo, forma parte central de la ceremonia.

En Minneapolis, estado de Minnesota, donde hay una amplia representación de culturas indígenas -ya que existen en ese estado norteño 11 reservaciones y varias comunidades fuera de éstas, en medios urbanos y suburbanos-, una entidad llamada Alianza para la Democracia Cultural se ha dedicado a difundir la perspectiva indígena de la historia y calendarios que enumeran las celebraciones alternativas en Estados Unidos.

En Milwaukee, estado de Wisconsin, donde también hay un notable activismo indigenista, un grupo de maestros de escuelas primarias ha publicado un texto llamado Repensando América: Enseñanza sobre los 500 años de la llegada de Colón a América.

El Consejo del Tratado Indio Internacional que representa a pueblos indígenas de todo el continente, reunido en Alaska en agosto de 1991, declaró que no había razón para celebrar el quinto centenario y advirtió a las multinacionales que emprendería campañas de descrédito en su contra si colaboran en estos festejos.

Hasta ahora, solo algunas corporaciones han reaccionado ante la proximidad del quinto centenario, ya sea patrocinando eventos culturales con opiniones diversas o introduciendo en su publicidad imágenes relativas al acontecimiento, sin caer en polémicas.

El cambio de percepción en Estados Unidos respecto a los hechos de hace 500 años es a veces motivo de caricaturas políticas o temas de conversación informal. La controversia está siempre presente.

El involucramiento de las iglesias cubre una gama de posiciones. La organización Religious Task Force de Chicago publicó este año un libro denominado Memorias peligrosas. Invasión y resistencia desde 1492. El protestante Consejo Nacional de las Iglesias de Cristo, con destacada influencia en algunas comunidades indígenas, publicó a fines de 1991 una declaración en la que pidió a sus congregados que 1992 sea un “año de reflexión y arrepentimiento”.

Por decreto gubernamental, Estados Unidos celebró los centenarios de la llegada de Colón en 1792 y 1892. Pero fue hasta 1971 cuando el gobierno federal estableció oficialmente la celebración del Día de Colón el 12 de octubre, no obstannte que desde 1907 varios gobiernos locales y estatales establecieron formalmente su observación.

“Nos estamos alejando de la época en que solo se celebraba a Colón y entramos a una era en la que se está viendo la historia de los dos lados”, indicó Gary Smith, de la Universidad De Paul, que ha auspiciado en Chicago la discusión pública de la controversia. “No se trata de subordinar a uno u otro lado, sino de presentar los dos lados del diálogo”.

Más allá del debate de ideas, las comunidades indígenas y sus organizaciones apuntan a la necesidad de asimilar el pasado y encauzar los proyecto del nuevo siglo. José Gamaliel González, un activista chicano que subraya sus raíces en las culturas indígenas mesoamericanas, se sumó al debate afirmando que en este debate “la clave es organizarse más allá del quinto centenario”.

Texto: Guillermo G. Espinosa

Publicado originalmente el 8 de octubre de 1992 en el diario Excélsior de la Ciudad de México.


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