lunes, 21 de agosto de 2023

Automóviles compartidos: Carpools

Los Ángeles. De Nueva York a Los Ángeles, de Miami a San Francisco, se está diseminando un movimiento para desalentar el uso individual de automóviles en las megalópolis estadounidenses, formando una corriente que avanza incluso contra los patrones de la cultura urbana de esta nación: en Detroit abrió la primera línea de ensamblaje de coches motorizados en el mundo y asfaltó la primera avenida para el tránsito de vehículos con ruedas de caucho.

Los trabajadores se organizan en las grandes urbes para viajar en un solo vehículo desde sus áreas de residencia hasta los centros de trabajo. A estos conjuntos les denominan carpools o grupos en autos y vanpools o grupos en camionetas tipo van, que cuentan con carriles exclusivos en las autopistas.

La idea primigenia de estos pools apareció en Los Ángeles durante la crisis del petróleo de 1973-1974. Fue hasta los años ochenta cuando se consolidó en las mega-ciudades estadounidenses, como parte de una estrategia para reducir el número de vehículos en circulación, con una sola persona a bordo; disminuir contaminantes en la atmósfera; desahogar autopistas y bajar los gastos para construcción y ampliación de las mismas.

“No hay dinero suficiente para construir y ampliar las autopistas por donde circule tanta gente que maneja sola”, dijo Bruce Roberts, administrador del programa Rideshare o Viaje compartido del gobierno de Los Ángeles.

Aquí se moviliza un promedio diario de cinco millones de vehículos (dos millones más que en la Ciudad de México), que aporta entre 60 y 80 por ciento de los contaminantes de la atmósfera. Y coincidentemente con la situación del valle de México, el aire sucio queda atrapado por una cadena montañosa que se encuentra al este de la urbe.

Límites

Dentro de los límites formales de la ciudad de Los Ángeles habitan nueve millones de personas, ero la población del condado (macromunicipio) de Los Ángeles más la de dos de los condados conurbados, Orange y Ventura, suman 12 millones de 300 mil, sobre una superficie mayor que la del área metropolitana de la ciudad de México.

Según encuestas de las autoridades locales de transporte, un angelino típico pasa 69 minutos diarios en su automóvil, muy por encima de los 23 minutos que registra el promedio nacional urbano en viaje redondo a su centro de trabajo. Para cruzar la totalidad de la mancha urbana por las autopistas de Los Ángeles que van de sureste a noroeste, se necesitan de 70 a 90 minutos, dependiendo de las condiciones del tránsito.

Los residentes de los suburbios más próximos al centro angelino, como Burbank, requieren de por lo menos media hora para trasladarse de un punto a otro. Quienes viven en el condado de San Bernardino, conurbado a Los Ángeles por el este, tardan de 45 a 90 minutos para ir al centro angelino, dependiendo del punto de partida, la velocidad de tránsito general y los obstáculos en el camino.

El costo de mantenimiento de un coche en Los Ángeles es de 53 centavos de dólar por milla recorrida -un kilómetro 640 metros- y la velocidad promedio en la urbe es actualmente de 56 kilómetros por hora, pero dentro de siete años se calcula que podría bajar a 27 kilómetros. Los angelinos comenzaron a reconocer sus problemas de contaminación desde los años cuarenta cuando el uso masivo de automóviles se convirtió en una parte del modo de vida americano o American way of life, en medio de la efervescencia económica de la postguerra y la consolidación de su cultura suburbana.

Contaminación

“Hace 20 años nos dimos cuenta de que los condados del área de Los Ángeles teníamos que trabajar juntos porque la contaminación del aire no reconoce fronteras políticas”, explicó Roberts, experto en estrategias de transporte, que también ha contribuido al diseño de programas en Nueva York.

Los angelinos encontraron que había diferentes vías para resolver el problema: se redujo primero la cantidad de contaminación que emitían los autos al aire; después se reconoció la necesidad de disminuir el número de autos en circulación, mejorando la oferta de transporte público, rezagado respecto a otras megaciudades del país y desalentando el uso individual de autos, agregó Roberts.

La legislación nacional sobre la limpieza del aire o Clean Air Act de 1970 hizo obligatorio el uso de convertidores catalíticos y exigió a la industria petrolera mejorar la calidad de la gasolina. El estado de California estableció además la revisión obligatoria de los motores de vehículos.

Con esas acciones los niveles de contaminación se redujeron progresivamente en Los Ángeles, aunque se necesitó de 10 a 15 años para bajar las emisiones. Hoy en día, esta urbe sigue siendo la más contaminada en Estados Unidos y el reto es mayor desde 1990, debido al reforzamiento de los parámetros sobre la limpieza del aire.

Jueves, auto compartido

La idea de formar pools se ha denominado por distintas regiones de los Estados Unidos, pero es en Los Ángeles donde se han logrado los mejores resultados, de acuerdo con las fuentes consultadas.

La promoción de los equipos está a cargo de organismos sin fines de lucro como Commuter Transportatioin Services (CTS), que es la mayor y más antigua organización en su tipo y cuyo objetivo es mejorar la fluidez del tránsito de vehículos en esta ciudad.

Una de las tareas de CTS es establecer contacto entre individuos de la zona metropolitana angelina interesados en participar en un grupo, llamados carpoolers. La entidad cuenta con un presupuesto anual de 12 millones de dólares y emplea a 150 personas que reciben llamadas telefónicas, procesan información de encuestas, organizan listas por zonas de residencia y asesoran a grupos y empresas que quieran formar equipos.

Para las empresas o instituciones públicas con más de 100 trabajadores es obligatorio formar pools. Los gobiernos del condado de Los Ángeles, del municipio de Los Ángeles, del municipio de Los Ángeles y grandes empresas como Hughes Aircraft, entre muchos otros, cuentan con oficinas especializadas para organizar a sus empleados.

Con frecuentes anuncios en radio, CTS desarrolla actualmente una campaña para que la gente comparta sus automóviles en jueves, que se considera uno de los días menos impredecibles de la semana. El objetivo es bajar 20 por ciento la circulación de vehículos en un día, es decir, de cinco a cuatro millones de vehículos.

Preocupación

CTS dispone actualmente de una lista de medio millón de personas interesadas en compartir su auto y el año pasado logró que 111 mil se sumaran al programa, según el director de la organización, Jim Sims.

Si aquella cantidad de individuos comparten su automóvil en un día, se dejan de consumir 263 millones de litros de gasolina y hay 25 mil 812 toneladas de contaminantes menos en el aire, explicó Sims.

A las personas que se unen al programa se les envían los nombres de gente que quiere compartir trayectos. La información ofrece detalles sobre horarios, orígenes y destinos, y se dan sugerencias prácticas como, por ejemplo, conocer previamente a las personas que compartirían un auto o una camioneta.

“Hay mujeres que se unen al programa a condición de viajar con otras mujeres, porque así lo desean ellas o porque sus maridos lo piden”, dijo una telefonista al referirse a las inquietudes específicas de la gente que llama a CTS.

El organismo ha detectado por medio de encuestas que las personas de origen latino son más propenas a compartir sus viajes. El 32 por ciento de los automovilistas de origen latinoamericano está dispuesto a compartir sus viajes, comparado con 28 por ciento de negros y 15 por ciento de asiáticos y blancos. Aún más definido es el caso de latinos que solo hablan español, porque el porcentaje aumenta a 52 por ciento.

Romance de pistoleros

Sims descarta que la cultura del automóvil en Estados Unidos esté en contradicción consigo misma, aunque se dice optimista sobre el futuro de los programas para compartir viajes y cree que en 1995 había un millón de personas en las listas de CTS. “La gente de este país ama realmente sus automóviles”, comentó Sims, “pero comienza a reconoce que viajar al trabajo solo no es muy práctico”.

Para Roberts, el atractivo principal de integrar pools es el beneficio económico para las familias.

Típico representante de la clase media profesionista estadounidense, con auto y residencia en los suburbios, el funcionario es parte de un grupo que comparte con 12 empleados del gobierno municipal una van; así se ahorra unos cinco mil dólares anuales y se evita la molestia de viajar 128 kilómetros de lunes a viernes, en viaje redondo del condado de Orange al centro de Los Ángeles.

“La gente se da cuenta de que la cultura del automóvil afecta la calidad de vida”, porque se traduce en contaminación y un drenaje para la economía del propietario y de la sociedad: combustible, mantenimiento, seguros, autopistas, estacionamientos, apuntó Roberts. “A eso que laman romance de los californianos con los autos, yo prefiero nombrarle matrimonio de pistoleros”.

Texto: Guillermo G. Espinosa

Originalmente publicado el 14 de junio de 1993 en el diario Excélsior de la Ciudad de México.


jueves, 17 de agosto de 2023

La frontera que divide a nativos y anglosajones

Lac du Flambeau, Wisconsin. Chippewa Falls es el nombre de un pueblo remoto de Estados Unidos, muy al norte, cerca de la frontera con Canadá y uno de los cientos de nombres indígenas de la toponimia estadounidense que se mezclan en América del Norte con palabras en inglés, francés y español, pero es también el nombre de una nación que en 500 años ha pasado de la vida nómada a la reservación.

En Lac du Flambeau, entre bosques de maple, roble y pinos, vive hoy el mayor de los seis pueblos chippewa. A las siete y media de la mañana, la reservación se ve en plena actividad. Los niños caminan por la carretera vecinal 47. Los empleados del centro comunitario indígena comienzan a llegar a sus oficinas, en auto o a pie. En el café Trading Post, que alude a los sitios de comercio franceses del siglo XVIII, los parroquianos hablan ya a esa hora de política local.

Los mil 600 chippewa de la reservación celebran la temporada de elecciones en el pueblo, este mes. Hay carteles en todas partes: en las tres entradas al pueblo, en el museo local, en el edificio del correo, en el supermercado y en las oficinas de servicios comunitarios. Tom Maulson disputa a Michael Allen la presidencia de la localidad.

La calle principal, que atraviesa el centro de norte a sur, lleva hasta uno de los sitios que hacen ampliamente conocido a Lac du Flambeau en Wisconsin: el casino. En un edificio sin terminar de construir, la gente entra y sale; hay máquinas de 25 centavos, de un dólar, de tres de cinco. Sonido de campanitas y humo de cigarro en todo el salón. Funcionamiento continuo las 24 horas de los 365 días del año.

La pesca se practica aquí a escala doméstica. En los pueblos vecinos, con cinco mil a diez mil habitantes, la disponibilidad de instalaciones y equipos para la pesca deportiva despierta la atracción de los aficionados a los deportes acuáticos. La infraestructura de comunidades vecinas contrasta plenamente con la de la reservación. En esos lugares es evidente la inversión de capitales: amplios caminos, hoteles y moteles, restaurantes y museos que evocan tiempos históricos de la vida en la “frontera americana”, la guerra contra los indios en el siglo XIX.

Tanto el casino como la pesca generan discusiones polémicas entre los habitantes de Lac du Flambeau y entre estos y los habitantes de pueblos vecinos. A los integrantes de la comunidad les preocupa el ambiente que genera el casino, pero admiten que es una fuente de ingresos y empleo necesaria por ahora.

A escala regional, la reservación enfrenta acusaciones por sobreexplotación de lagos y lagunas, así como por daños a la fauna marina con la pesca con arponeo, un sistema de los ancestros chippewa, que tiene especial relevancia en los primeros días de la primavera, cuando el termómetro en esta zona registra aún temperaturas bajo cero.

El nombre del pueblo, que traducido del francés al español significa Lago de la Antorcha, refiere a la imagen invernal del lago, captada por los mercaderes de pieles que entraban por ríos y lagos desde el puerto de Quebec, en la costa noratlántica.

En respuesta, los indígenas dicen que pesca deportiva cobra una mayor cuota de peces, aunque las diferencias han llegado a tal punto que los habitantes de los pueblos vecinos han organizado manifestaciones de protesta en Minocqua, a 15 kilómetros al este de la reservación, portando carteles en los que piden la prohibición de la pesca con arpones.

“No entienden nuestro método ni tampoco nuestra cultura, nuestro pasado y nuestros valores”, expresó el candidato presidencial del pueblo, Michael Allen en una entrevista. “Nosotros creemos en el círculo de la vida: la madre tierra nos da el espíritu. Para nosotros la conservación de estos lugares es la protección de nuestra propia vida”, agregó.

Territorios y autoridades

A pesar de ubicarse en una zona rural remota, los territorios indígenas no están aislados, hay acceso por medio de uno o más caminos pavimentados. En las entradas a la reservación -en un área de 230 mil metros cuadrados- no hay cercas. Tampoco las casas están bardeadas.

En las áreas tribales no solo hay población indígena, sino también individuos de otras razas. Unas 700 personas, que poseen cerca de 50 por ciento del territorio, han venido de fuera para comprar lotes a orillas de las reservas de agua. La presencia de “no indígenas” da pie a la constitución de un gobierno “no indígena” que coexiste con la autoridad tribal de Lac du Flambeau y cuenta con su propio edificio de gobierno o town hall.

La mayoría de la población indígena en el país vive en las 276 reservaciones dispuestas en 31 de los 50 estados de la Unión. El mayor número de ellas está en California, con 96, pero el área tribal más grande está en Arizona, con unas 20 mil hectáreas. Oklahoma, donde viven las poblaciones nativas trasladadas de los estados del este en el siglo XIX, no tiene sistema de reservaciones. Allá, los indígenas han tomado control de los gobiernos del condado, establecidos sobre la demarcación tribal que fue originalmente asignada hacia la década de 1830.

El sistema de reservaciones, así como la relación entre las poblaciones indígenas y el gobierno de Estados Unidos, son fenómenos complejos, basados en tratados de mediados del siglo XIX. En el caso de los chippewa y otros grupos étnicos autóctonos afincados al noroeste de los lagos Michigan y Superior, el pacto data de 1854.

Aunque los chippewa perdieron autoridad sobre mil kilómetros cuadrados, retuvieron el derecho de cazar, pescar y recolectar vegetales en los territorios arrebatados mediante la guerra, bajo sus propias leyes.

Definidas como naciones soberanas frente al gobierno de Estados Unidos, los indígenas poseen sus propias leyes de gobierno; la mayoría de las tribus han redactado constituciones en las que establecen las bases de sus relaciones internas y con el exterior. “Unos estamos en Wisconsin, otros en Minnesota e inclusive en Canadá; somos como cualquier otra nación en el mundo”, indicó Maulson. Las tribus tienen el derecho de constituir su propia autoridad policial; pero en muchos casos, incluyendo Lac du Flambeau, existen acuerdos que permiten la intervención de los cuerpos de seguridad de los estados o el gobierno federal.

Hogar y adaptación

La creación de reservaciones se remota al siglo XIX, durante la expansión al oeste de las colonias anglonorteamericanas, pero sus antecedentes se hallan en el periodo colonial.

Fue en Massachusetts donde las autoridades coloniales decidieron por primera vez la reubicación de los indígenas en cuatro localidades, sin distinción de etnias. El contacto entre indígenas e ingleses en esa región ocurrió a principios del siglo XVII; actualmente es uno de los 19 estados donde no hay reservaciones.

Historiadores y sociólogos señalan que la demarcación de las reservaciones sirvió originalmente para aislar a las tribus de los pueblos colonizadores; ahora se dice que estos sitios son un medio para la adaptación progresiva de las comunidades indígenas al sistema económico y cultural estadounidense.

Para los indígenas, señaló Tom Maulson, el otro candidato, la reservación es el medio en el que los indígenas “podemos correr libres, pescar, cazar, recolectar”. La tierra y los lagos son la base de sustento económico de las naciones indias, dijo por su parte Roxane Dunbar Ortiz, dirigente de la Asociación Indígena Mundial, reconocida ante los foros de la Organización de Naciones Unidas. “La conservación de las reservaciones como medio para el desarrollo económico es necesaria para mantener vivas las culturas indígenas”, puntualizó.

Con el apoyo del gobierno federal, los indígenas han podido construir nuevas viviendas. El automóvil es un bien básico de cada familia, aunque muchos de los vehículos son viejos; la tienda de Lac du Flambeau no tiene productos de lujo y su fachada es opaca como la de un bodegón. Los indígenas en Estados Unidos tienen bajo ingreso familiar promedio y esta reservación no es la excepción.

No obstante, afirmó Maulson, “hay avances... hace 50 años no era así; también nosotros tuvimos que recorrer largas distancias a pie y había menos fuentes de ingreso. Para sobrevivir, la clave de todo ha sido educar a nuestra gente. Ahora podemos decir con orgullo que nuestros hijos están recuperando el uso de la lengua indígena; esto nos mantendrá unidos”.

Texto: Guillermo G. Espinosa

Publicado originalmente el 12 de octubre de 1992 en el diario Excélsior de la Ciudad de México.



miércoles, 16 de agosto de 2023

El indigenismo rompió esquemas tradicionales del Columbus Day

Chicago. El movimiento político-social indígena recibirá este 12 de octubre de 1992 con una lista de reivindicaciones a su cultura y sus derechos económicos. No únicamente las organizaciones indígenas o los líderes y voceros de estos pueblos se han preparado para poner en tela de juicio las celebraciones por el quinto centenario de la llegada de Cristóbal Colón al hoy llamado continente americano. Sectores académicos y liberales, sindicatos, dirigentes políticos y representantes de “minorías” étnicas están de acuerdo en cuestionar la legitimidad de la fiesta.

“Este es el gran año”, afirmó Roxane Dunbar Ortiz, activista por los derechos indígenas. “Al mito de Colón se le da aún mucha importancia aquí y las ideas que lo conforman están ampliamente difundidas. Hay mucho qué hacer para divulgar una nueva versión de los hechos”.

En libros de texto y consulta general en Estados Unidos, el avistamiento de las islas Bahamas en 1492 por parte de los marinos encabezados por Colón marca el inicio de la cronología histórica de los Estados Unidos, ignorando cualquier otro acontecimiento previo, como es la fundamental presencia de etnias nativas.

Tradicionalmente la celebración del Colombus Day ha sido aquí una oportunidad de descanso en los primeros días del otoño. Los niños no van a la escuela, las oficinas de gobierno no están abiertas al público y las tiendas departamentales aprovechan la ocasión para atraer clientes con sus annual sales o baratas anuales.

La veneración al navegante italiano se ha expresado a lo largo de años en dedicatorias de monumentos, plazas, parques, ciudades, pueblos, condados, calles y autopistas. La capital de Ohio, Columbus, celebra los 500 años con una exposición floral. Pero a medida que penetran las ideas rebeldes de los años sesenta y en tanto se difunden nuevas interpretaciones de la historia de América, los tributos a Colón han perdido su encanto. Los libros para niños van retirando el concepto de descubrimiento, y gobernados y gobernantes comienzan a modificar el espíritu de la celebración.

Uno de los centros de vanguardia intelectual, la ciudad universitaria de Berkeley, en California, remplazó este año en su calendario oficial los tributos al genovés al servicio de la Corona española por la institucionalización del Día de los Pueblos Indígenas de América. Tulsa, Oklahoma, una ciudad fundada a principios del siglo XX, en medio de comunidades indígenas como los cheroquis y los creek, declaró a 1992 el “Año del Indio”.

“Un cambio así era impensable hasta hace 20 ó 30 años”, afirmó el lingüista y analista político Noam Chomsky, en una entrevista. “Si esto hubiera ocurrido en 1962, hubiera habido una celebración organizada por los blancos racistas; hubiera sido igual que cualquiera de las celebraciones de centenarios pasados”.

La controversia en torno a revalorar la cultura indígena o celebrar a Colón es evidente en diferentes ámbitos de la sociedad estadounidense, particularmente en los influyentes medios de información, en todos los formatos y géneros de redacción: documentales de diarios, reportajes en semanarios y ensayos en revistas mensuales. Dos grandes compañías cinematográficas han llevado a las pantallas la dramatización de la llegada de Colón al “Nuevo Mundo”. Las casas editoriales y los centros de investigación académica han reimpreso sus obras de análisis histórico y biográfico, a veces matizando el impacto de los descubrimientos de Colón y en ocasiones reinterpretando los hechos, hablando de “invasión y resistencia”.

Motores del cambio en la interpretación del pasado han sido los museos y las asociaciones privadas que los patrocinan y administran. A las colecciones de arte indígena les han quitado el polvo acumulado en vitrinas y almacenes de museos. Los restauradores de colecciones en instituciones como el Peabody Museum de Massachusetts, el Museo de Arte de Chicago, el Gilcrease de Tulsa, Oklahoma, y la Galería Nacional de Arte en Washington, entre otros, han reorganizado pisos y salas para incentivar la visita del público. La biblioteca privada Newberry de Chicago abrió una exposición con el interés expreso de “mostrar” a su público -profesionales, empresarios, gente de la clase media- que para los días en que llegó Colón había en el continente unas dos mil sociedades -sedentarias y nómadas- que hablaban sus propias lenguas.

“Es obvio que Colón fue de los que llegó tarde a América”, comentó irónico un miembro del Instituto de Estudios Cheroquis, Chris Back, al subrayar lo cuestionable de celebrar los méritos del navegante genovés. Más punzante aún ha sido el historiador Howard Zinn, al acusar a Colón de haber intervenido en contra de un marino Rodrigo para impedir que la Corona le diera una pensión de por vida por haber sido él quien dio el grito de “¡Tierra a la vista!”.

Los grupos contestatarios coinciden en responsabilizar a Colón de un genocidio que él mismo inició en el Caribe, con los arawaks, continuados no solo en la América continental colonizada por españoles y portugueses, sino también con métodos propios en el área tomada por ingleses, holandeses y franceses.

Arqueólogos e historiadores no coinciden en el cálculo sobre el número de habitantes que había en América en 1492. Se dice que había varios millones, 20, 50 ó 100. Cuando los puritanos llegaron a Massachusetts en 1629 se cree que habría en lo que hoy son Canadá y Estados Unidos, una quinta parte del total continental. El censo de 1990 en este país contabilizó un millón 900 mil.

No obstante los cuestionamientos, las formas de abrirse paso en público y los enfoques de interpretación histórica pueden ser diferentes entre las organizaciones contestatarias.

Algunas reservaciones de Estados Unidos han adoptado el 12 de octubre para recuperar sus valores enterrados y exaltarlos. Los indios oneida y los chippewa que habitan en la zona fronteriza con Canadá, celebran esa fecha su “derecho soberano frente a las leyes de Estados Unidos”. La danza Pom Wow, prohibida junto con otras en este país durante varios lustros en este siglo, forma parte central de la ceremonia.

En Minneapolis, estado de Minnesota, donde hay una amplia representación de culturas indígenas -ya que existen en ese estado norteño 11 reservaciones y varias comunidades fuera de éstas, en medios urbanos y suburbanos-, una entidad llamada Alianza para la Democracia Cultural se ha dedicado a difundir la perspectiva indígena de la historia y calendarios que enumeran las celebraciones alternativas en Estados Unidos.

En Milwaukee, estado de Wisconsin, donde también hay un notable activismo indigenista, un grupo de maestros de escuelas primarias ha publicado un texto llamado Repensando América: Enseñanza sobre los 500 años de la llegada de Colón a América.

El Consejo del Tratado Indio Internacional que representa a pueblos indígenas de todo el continente, reunido en Alaska en agosto de 1991, declaró que no había razón para celebrar el quinto centenario y advirtió a las multinacionales que emprendería campañas de descrédito en su contra si colaboran en estos festejos.

Hasta ahora, solo algunas corporaciones han reaccionado ante la proximidad del quinto centenario, ya sea patrocinando eventos culturales con opiniones diversas o introduciendo en su publicidad imágenes relativas al acontecimiento, sin caer en polémicas.

El cambio de percepción en Estados Unidos respecto a los hechos de hace 500 años es a veces motivo de caricaturas políticas o temas de conversación informal. La controversia está siempre presente.

El involucramiento de las iglesias cubre una gama de posiciones. La organización Religious Task Force de Chicago publicó este año un libro denominado Memorias peligrosas. Invasión y resistencia desde 1492. El protestante Consejo Nacional de las Iglesias de Cristo, con destacada influencia en algunas comunidades indígenas, publicó a fines de 1991 una declaración en la que pidió a sus congregados que 1992 sea un “año de reflexión y arrepentimiento”.

Por decreto gubernamental, Estados Unidos celebró los centenarios de la llegada de Colón en 1792 y 1892. Pero fue hasta 1971 cuando el gobierno federal estableció oficialmente la celebración del Día de Colón el 12 de octubre, no obstannte que desde 1907 varios gobiernos locales y estatales establecieron formalmente su observación.

“Nos estamos alejando de la época en que solo se celebraba a Colón y entramos a una era en la que se está viendo la historia de los dos lados”, indicó Gary Smith, de la Universidad De Paul, que ha auspiciado en Chicago la discusión pública de la controversia. “No se trata de subordinar a uno u otro lado, sino de presentar los dos lados del diálogo”.

Más allá del debate de ideas, las comunidades indígenas y sus organizaciones apuntan a la necesidad de asimilar el pasado y encauzar los proyecto del nuevo siglo. José Gamaliel González, un activista chicano que subraya sus raíces en las culturas indígenas mesoamericanas, se sumó al debate afirmando que en este debate “la clave es organizarse más allá del quinto centenario”.

Texto: Guillermo G. Espinosa

Publicado originalmente el 8 de octubre de 1992 en el diario Excélsior de la Ciudad de México.


domingo, 13 de agosto de 2023

Cheroquis, pese a todo


La imagen de Wilma Mankiller, primera mujer
que lideró la nación cheroqui, fue llevada al
anverso de la moneda de 25 centavos de los
Estados Unidos. A su derecha, la estrella de siete
picos que representa a esta etnia.
Foto: GGEM 
Tahlequah, Oklahoma. Wilma Mankiller es la primera jefa de los cheroquis en un milenio de historia. De voz grave, rostro adusto y trato amable, encabeza hoy a una de las etnias nativas de América del Norte mejor consolidadas económicamente, que ha resistido tenazmente su absorción indiferente en la cultura occidental.

“Hemos resistido todas las condiciones adversas y creo que dentro de dos siglos los cheroquis seguiremos existiendo como una nación viva en el mundo”, dijo en un tono reflexivo durante una entrevista en su modesta vivienda, ubicada en el centro de Tahlequah.

“La mayoría de las políticas de Estados Unidos en los últimos 20 años fue diseñada para asegurar que la lengua y la cultura cheroqui desaparecieran”.

Mankiller fue electa por primera vez en 1987 para un periodo de cuatro años y reelecta en 1991. De 47 años, la dirigente cumple cotidianamente con una agenda de actividades intensa: visitas a comunidades y escuelas, reuniones con otros líderes tribales estadounidenses, entrevistas con representantes de organizaciones de cooperación económica-social en las espaciosas oficinas del gobierno cheroqui, en Tahlequah, en el estado central de Oklahoma. Ella misma dice que su trabajo es como “administrar los recursos de un pequeño país”.

La gente de Tahlequah, la capital de la nación cheroqui, no solo considera a Wilma Mankiller la máxima autoridad administrativa de la etnia, sino también una líder espiritual.

"De cierta forma, mi llegada a la jefatura de la tribu tiene antecedentes en el pasado y es parte de una tradición antigua”, explicó.

“En nuestra nación, antes de que tuviéramos contacto significativo con los europeos, las mujeres tuvieron un papel prominente; existió, por ejemplo, una consjera que era consultada sobre cuestiones que importaban a la tribu; también a veces las mujeres fueron a la guerra con los hombres y hubo ocasioines en que acudieron con los dirigentes de la tribu a reuniones con europeos o, posteriormente, con los representantes del gobierno estadounidense, que siempre preguntaban porqué estaba presente una mujer.

“Al principio, en 1987, fue difícil que la gente de la tribu se acostumbrara al liderazgo femenino, pero se acostumbraron con el tiempo; ahora la gente puede entrar en desacuerdo por la manera de resolver problemas tribales, pero no por mi género”.

La capital cheroqui

Tahlequah es la localidad más importante del condado -un distrito regional que incluye varios municipios- cheroqui, que tiene un total de 12 mil habitantes, sobre una extensión de 110 hectáreas. Se trata de una localidad enclavada en el sur de la sierra Ozark, virtualmente en el centro de la Unión Americana.

Con una población total de 130 mil personas, dispersa en varios estados, la tribu cheroqui es la segunda etnia indígena más numerosa en Estados Unidos, después de los navajos, residentes en la región suroeste del país.

Los cheroquis no viven en reservaciones, en contraste con la realidad de grupos indígenas del norte. Como en la gran mayoría de las poblaciones estadounidenses, la actividad cotidiana de Tahlequah se desarrolla en las afueras de la localidad, en centros comerciales y de servicios con amplios estacionamientos para autos.

La capital cheroqui tiene un centro antiguo con pocas viviendas, algunos comercios y servicios, las oficinas administrativas y judiciales del condado y, algo raro en las poblaciones de Estados Unidos, un parque central donde se conserva el primer edificio gubernamental de la etnia, en Oklahoma, adonde fueron trasladados forzosamente hace 153 años. Las iglesias son en su mayoría protestantes; las calles llevan nombres de otras naciones indígenas o de cheroquis notables.

En los alrededores de la localidad hay casas aisladas libres de toda ostentación; tiendas de artesanías indígenas y antigüedades, conocidas como “trading posts”, y lotes de compra-venta de vehículos desarmados. Entre cerros boscosos de baja altitud, lagos y ríos circulan automóviles viejos y en ellos se puede ver que, generalmente, los conductores tienen la piel morena. El 80 por ciento de los habitantes es cheroqui; el resto lo componen individuos de otras etnias que estudian aquí en el campus de la Universidad de Oklahoma, y los llamados “hombres blancos”.

Una minoría de las casas campiranas aún carece de un camino pavimentado o agua potable. En los últimos 30 años, los cheroquis han logrado remplazar viviendas rústicas por casas construidas con materiales procesados industrialmente que tienen todas las comodidades de una residencia urbana.

Hemos resistido”

- ¿Cuál es la perspectiva que tiene sobre la historia de los cheroquis y cómo percibe la situación actual? ¿Cuáles son sus preocupaciones actuales?

- Los cheroquis hemos resistido un pasado terrible; el trato del gobierno de Estados Unidos ha sido implacable; sin embargo, siempre hemos remontado las condiciones adversas una y otra vez. Fuios muy tenaces en reconstruir nuestras familias, nuestras comunidades y nuestra tribu.

“Tengo que ser optimista. Si hemos resistido hasta ahora, seguramente resistiremos en el futuro. Como pueblo no estamos ya tan preocupados por lo que ha ocurrido en el pasado, pero reconocemos que si no somos cuidadosos la historia continuaría repitiéndose. Por eso hemos defendido siempre el derecho de formar un gobierno de la nación cheroqui.

La mayoría de las políticas de Estados Unidos en los últimos 200 años fue diseñada para asegurar que la lengua y la cultura desaparecieran.

“Se puede ver que tenemos hoy muchos problemas, que la mayoría de la tribu ya no habla nuestra lengua indígena; solo 15 mil de nosotros hablan hoy este idioma con fluidez (ocho por ciento de la tribu); perdimos nuestras tierras y se prohibieron nuestras danzas, pero conservamos bastante todavía... En vez de pensar en lo que nos arrebataron, nos fijamos en lo que retuvimos, para reconstruir a partir de ahí. Creo que dentro de dos siglos los cheroquis seguiremos siendo parte de las naciones vivas del mundo”.

"El camino de lágrimas"

Los cheroquis forman parte de los pueblos indígenas de la costa oriental estadounidense con los que los ingleses y holandeses tuvieron sus primeros contactos en América del Norte. A un grupo formado por cheroquis, creeks, chickasaw, choctaw y seminoles, se les conoce como “las cinco naciones civilizadas”. Al aceptar la relación pacífica con los colonizadores, adoptaron instituciones de corte europeo; de esta manera, los cheroquis codificaron su idioma e incluso publicaron un periódico llamado Cherokee Advocate o Defensor Cheroqui.

En contraste con los indígenas del este, las etnias de las regiones noreste, centro-norte y oeste de Estados Unidos, no establecieron contacto con la cultura anglosajona y el entonces pequeño y joven ejército estadounidense, hasta la segunda mitad del siglos XIX. La relación previa de tribus establecidas al poniente de los Grandes Lagos con los franceses se centró en el comercio de pieles. Las misiones católicas y los presidios fueron de parte de la cultura española el medio de enlace con los indios del desierto de Arizona, las montañas Rocallosas y las cuencas de los ríos Misisipi, Bravo, Arkansas, Rojo, Gila y Colorado.

Los cheroquis sobresalieron en el pasado por ser los protagonistas de un pasaje histórico estadounidense de 1838 a 1839, que los libros identifican lastimosamente como The Trail of Tears o El camino de lágrimas. Por órdenes del presidente Andrew Jackson, cientos de familias tuvieron que recorrer una distancia de dos mil kilómetros con sus niños y algunas de sus pertenencias, las que el ejército estadounidense les toleró llevar, desde Carolina del Norte, Georgia y Tenesí hasta Oklahoma, entonces declarado desde Washington como “territorio indio”.

Las imágenes pictóricas más difundidas de ese pasaje histórico presentan a un indígena cabizbajo, montado en un caballo que va al trote. Los historiadores estadounidenses relatan que, en efecto, algunos cheroquis hicieron el recorrido sobre el lomo de sus equinos, otros fueron transportados en barcazas a través de ríos y hubo además quienes viajaron en trenes, aunque hayan ido parados. Sin embargo, la mayoría de los 16 mil cheroquis tuvo que emprender a pie el trayecto, abandonando cuatro mil cadáveres en las veredas.

- Un historiador de la Universidad de Chicago, Hagan, autor de A History of Indian Peoples, escribió en los años sesenta: “Guiados por los mestizos (mixedblood)”, los cheroquis avanzaron en el siglo XVIII y XIX hacia la civilización, distinguiéndose del resto de los indios que habitaban en la frontera de las sociedades de la cultura inglesa con los pueblos nativos. ¿Cuáles cree usted que sean los factores que han permitido a su nación sostenerse a sí misma frente al acoso de la cultura europea?

- Diría que es prácticamente lo contrario, respondió Mankiller convencida. Hemos sobrevivido porque principalmente tomamos en cuenta los valores tradicionales de los cheroquis, uno de los cuales es tratar de buscar algo positivo en la situación más negativa.

“Mi entendimiento de las cosas es que hemos sido progresistas porque tenemos una historia que nos hace fuertes, tenemos tradiciones y cultura, pero también porque poseemos una larga historia de gobierno.

“Quiero hacer notar que me disgusta el término “civilización porque implica que antes de que los europeos vinieran, aquí en América los pueblos no encajaban con la idea de “civilizado”. Si se mira el caos que hay en el mundo y si por el contrario se mira el balance y la armonía que hay en algunos pueblos indígenas, uno comienza a preguntarse quién llama a quién incivilizado”.

Población

Después de su traslado forzoso a Oklahoma, el territorio cheroqui fue progresivamente reducido para establecer en las áreas circunvecinas a otras etnias indígenas.

La mayor parte de los cheroquis vive desde entonces en Oklahoma, dentro y fuera del condado cheroqui. Durante un milenio residieron en el este de América del Norte, donde hoy se encuentran los estados de Carolina del Norte, Georgia y Tenesí, un área que se extiende de los montes Apalaches a la la costa del Atlántico.

En la segunda mitad del siglo XIX, una “banda” cheroqui logró reinstalarse en Carolina del Norte, en la parte sur de los Apalaches. Hay también algunos cheroquis en zonas urbanas de Georgia, California, Kansas, Texas e Illinois. La contabilidad de este grupo es posible por medio del registro en un padrón que permite la acreditación formal de la nacionalidad.

El estadounidense promedio desconoce la existencia de gobiernos indígenas, como el cheroqui, ignora que este mismo tenga, por ejemplo, su propio alfabeto, codificado en 1821 por un intelectual indígena llamado Sequoyah, que siendo partidario de la unificación indígena en un solo territorio viajó a México en 1842, en busca de grupos de cheroquis que emigraron hacia el sur, cuando arreció el acoso estadounidense.

Además de Sequoyah, hay cheroquis distinguidos por su incursión en el ámbito de los espectáculos: entre ellos Will Rogers, ex jefe cheroqui, “vaquero filósofo” y “embajador de la buena voluntad”, con “un cuarto de sangre” indígena. Es un ídolo del estado de Oklahoma: una autopista y un aeropuerto llevan su nombre, hay un museo en su memoria y referencias nominales en avenidas, edificios y parques públicos, publicaciones impresas y memorabilia en todo tipo de objetos: playeras, tazas, vasos, pines y carteles.

Para muchos aficionados al beisbol, los cheroquis de la “Banda Este”, en Carolina del Norte, son reconocidos por fabricar en los Apalaches las hachas gigantes de unicel y plástico que los seguidores del equipo deportivo “Pieles Rojas” utilizan para amenizar sus porras en los partidos de temporada.

Quinto Centenario

¿Cómo percibe el aniversario de la llegada de Cristóbal Colón a este continente?

- No podemos menos que ver estos últimos 500 años como algo de lo más oscuro que ha habido en la historia. Fuimos devastados, perdimos vidas y tierra; algunos pueblos indígenas son etnias extintas.

“Pese a todo, hay también un lado positivo. 1993 fue declarado el año de los indígenas de América. Por ello, tenemos que celebrar el hecho de que muchas tribus hayan logrado recuperar sus ceremonias tradicionales; de que mantengamos un sistema de valores que da importancia a la búsqueda de metas más amplias que la acumulación de riquezas como símbolo del éxito; y, al final, haber logrado conservar nuestras lenguas y gobiernos.

“Creo que es tiempo de reflexión, pero sobre todo de educación, de decir a otros pueblos quiénes somos y cuál ha sido nuestra historia. Ciertamente, no creo que sea época de celebración”.

* Texto: Guillermo G. Espinosa 

Originalmente publicado el 4 de febrero de 1993 en Revista de Revistas de Excélsior.


miércoles, 9 de agosto de 2023

Aztalán, Wisconsin: el mito, no la leyenda mítica

 Los arqueólogos estadounidenses sustentaron y escribieron durante años que un grupo de montículos cuadrangulares situados al oeste de los Grandes Lagos, en el estado de Wisconsin, eran los vestigios de la ciudad mítica de los aztecas, Aztlán.

Aunque en 1855 comenzó a formarseuna corriente controversial, el mito de que Aztalán era Aztlán fue aceptado como historia y sabiduría convencional del siglo XIX.

Los arqueólogos no ha descubierto todavía de dónde partieron los aztecas para fundar Tenochtitlan a principios del siglo XIV, pero la creencia de que Aztlán se ubique en algún punto de los que actualmente son los Estados Unidos se extendió hasta nuestros días y se dispersó popularmente, si que las rectificaciones arqueológicas del siglo XX trasciendan del todo el ámbito de la investigación científica.

El surgimiento del mito

Todo comenzó en 1837, cuando a N. E. Hyer le pareció que este lugar debió llamarse Aztalán, porque las plataformas semidestruidas que vio entre hierba, bosques de clima frío, lagos y ríos, correspondían a la descripción que acerca de Aztlán hizo el explorador alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), dada a conocer a principios del siglo XIX en las metrópolis europeas.

Hyer era un juez civil de aquellos tiempos en que Estados Unidos hacía la guerra a los indios Sauk y a su líder, Black Hawk o Halcón Negro, en la “frontera” del noroeste. Hasta aquí se situaban entonces las fortificaciones militares y las migraciones de vanguardia en dirección a la costa del Pacífico.

En la desccripción de sus viajes por el “Nuevo Continente”, Humboldt publicó que los aztecas utilizaban dos palabras para referirse a su lugar de origen, “atl”, agua, y “an”, cerca de. Según la leyenda, Aztlán se encontraba al norte; en opinión de Humboldt, el sitio podría estar al norte del paralelo 42, más allá del río Gila (en la confluencia territorial de Baja California, Sonora, California y Arizona).

Las consideraciones de Hyer fueron publicadas hace 152 años en el ya desaparecido periódico neoyorquino Greenwich Eagle, y reproducidas en el único rotativo de Wisconsin por esa época, el Milwaukee Advertiser. El sitio lo vieron los colonizadores estadounidenses por vez primera en el otoño de 1836.

En el sur de Wisconsin, unos 70 kilómetros al oeste del lago Michigan, entre plantaciones de maíz, fincas agroindustriales y pueblos dispersos de 300, 500 ó mil habitantes, se encuentran los restos de aquel pueblo de recolectores, pescadores, cazadores y navegantes fluviales, que abandonaron el lugar en el siglo XI, sin que los arqueólogos sepan aún las causas precisas y el camino histórico que siguieron los descendientes de esa localidad.

El montículo principal tiene una altura aproximada de 10 metros, la base es cuadrangular y la cima es totalmente plana. En el costado este tiene una escalera con peldaños de madera. Los arqueólogos de la Universidad de Wisconsin que han hecho excavaciones en el sitio creen que esta plataforma servía para ceremonias religiosas y militares.

El conjunto abarca otras seis plataformas semidestruidas. Entre éstas sobresale un grupo con cuatro montículos de aproximadamente tres metros de altura, que de acuerdo con los arqueólogos pudo servir de punto de observación de la llanura, dado que efectivamente es posible mirar abiertamente hacia el horizonte, en cualquier dirección cardinal.

Se desconoce el nombre que los nativos daban a Aztalán, que fue habitada durante tres centurias, pero sí se sabe que el pueblo formó parte de la cultura misisipiana, expandida sobre las llanuras y serranías de baja altitud, en lo que hoy es el centro y el este de los Estados Unidos, desde Wisconsin e Illinois hasta Georgia y Florida. Esto ocurrió entre los siglos IX y XV.

Epónimo

El vocablo Aztlán ha permanecido en el tiempo como una alusión y un antecedente de lo mexicano en Estados Unidos, un epónimo que la da nombre con profundidad histórica.

Un centro cultural chicano ubicado en pleno corazón de uno de los barrios mexicanos de Chicago, el de la Calle 18, al sur, se denomina “Casa Aztlán”.

En los agitados años sesenta, el movimiento chicano de todo el país se congregó en Denver por vez primera en la historia, y al final de su reunión emitieron una declaración política a la que titularon “El Plan de Aztlán”.

La Universidad de Notre Dame, en Indiana, envió a la imprenta un libro titulado “Beyond Aztlán” (Más allá de Aztlán); se trata de un análisis comparativo acerca de los alcances socio-económicos de los mexicano-americanos.

También la Universidad de California imprimió una investigación social respecto de la migración de mexicanos provenientes del occidente de México hacia los Estados Unidos, con el título de “Return to Aztlán”), realizada por cuatro investigadores de los dos países. “Con el nombre tratamos de reflejar la idea de que los mexicanos no son ajenos a los Estados Unidos”, afirmó Douglas Massey, integrante del grupo de investigadores referido.

Lecciones de historia

En 1836 comenzó el asentamiento aquí en Aztalán, Wisconsin, de una comunidad de agricultores, que llegó a tener tres mil habitantes, tres fábricas y una estación de tren muy activa, cuya ruta corría de este a oeste. Una de las dos carreteras vecinales que actualmente conducen a Aztalán pasa por el costado oeste del poblado misisipiano; de hecho, el camino fractura uno de los montículos.

Las plataformas han sido parcialmente rehabilitadas para hacer más precisas sus formas cuadrangulares. Formando un semicírculo alrededor de la plataforma central fue construida una estacada con troncos de adobe, para reponer la que supuestamente estuvo ahí.

La historia de Aztalán y la confusión con Aztlán revela un problema al que con no poca frecuencia se enfrentan los antropólogos y los historiadores: la relativa confiabilidad de las fuentes documentales.

“No todo lo que se publica en relación a las civilizaciones antiguas es siempre exacto. El caso Aztlán es como el del Jardín del Edén: los arqueólogos nunca lo encontrarán, porque Aztlán no es un lugar, sino posiblemente una región”, afirma Elizabeth Bensehley, de la Universidad de Wisconsin.

No fue sino hasta 1933 cuando S. A. Barrett, arqueólogo de la Universidad de Wisconsin, reescribió la historia y explicó el error de Hyer; asimismo alentó la reorientación de las investigaciones sobre Aztalán.

“Es claro que Aztalán fue parte de la cultura misisipiana”, dijo Lynn Goldstein, arqueóloga de la Universidad de Wisconsin, que en 1984 participó en una de las más extensas excavaciones en el sitio indicado. Y concluyó: “La única relación que pudo haber existido entre Aztalán y Mesoamérica fue la influencia indirecta, solo indirecta, de las culturas mesoamericanas en los pueblos del norte”.


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