lunes, 11 de septiembre de 2023

Richard Milhous Nixon: Funerales en Imperial Route


Yorba Linda, California. Como muchos de los episodios que caracterizaron su carrera política, la vida de Richard Milhous Nixon culminó con un hecho irónico: el presidente de Estados Unidos que hizo notable a su gobierno por el protagonismo en política internacional, no quiso que sus restos fueran sepultados en el centro del poder político estadounidense, Washington, sino en el pequeño pueblo donde nació, al sur de California.

A solo 20 metros de la diminuta casa que construyó su padre, Francis Anthony Nixon, sobre el terreno donde a principios de siglo hubo una huerta de cítricos, fueron depositados este 28 de abril de 1994 los restos del trigésimo séptimo presidente de Estados Unidos, fallecido cuatro días atrás, a los 81 años, en Nueva York, a consecuencia de un derrame cerebral.

En la localidad suburbana de Yorba Linda, hubo asueto obligatorio. Las banderas, como en todo el país, estaban a media asta. Los lugareños miraban azorados el intenso movimiento de transportes militares y vehículos acondicionados con equipos de transmisiones vía satélite.

Cumpliendo con uno de los rituales del Estado norteamericano, el ejército rindió honores al exmandatario, en un acto que no ocurría desde la muerte de Lyndon B. Johnson, su inmediato predecesor, en 1973. Una banda ejecutó marchas militares que invocan un espíritu triunfal: “Victoria en el océano”, el “Himno de batalla de la República”. Imperial Route, una carretera que cruza el centro de este pueblo conurbado a Los Ángeles, se llenó de limusinas y de individuos vestidos de negro. En una región regularmente soleada todo el año, el cielo estuvo cubierto de nubarrones grises.

Cerca de 500 invitados llegaron a la última cita con uno de los políticos estadounidenses más controvertidos de la segunda mitad del siglo XX, el personaje central del Caso Watergate; el único estadounidense elegido dos veces como vicepresidente y dos como presidente; el primer y único mandatario de esta nación que renuncia a su cargo; el estadista que se enfrentó a la crisis de Vietnam y que lanzó las últimas ofensivas guerreras antes de optar por la paz que le hizo ganar las elecciones en 1972, reeligiéndose; el presidente que abrió las relaciones comerciales con China y que inició los acuerdos de reducción de armas con la extinta Unión Soviética.

El féretro de ese hombre que en su juventud formó parte de las tropas estadounidenses enviadas a la Segunda Guerra Mundial, cubierto por la bandera de Estados Unidos, estuvo por última vez ante los ojos de conspicuos representantes de la clase política, mayoritariamente del ala republicana y conservadora. Pero como reflejo de la peculiar forma de convivencia política en este país, aquí también estuvieron los políticos de la oposición demócrata, incluidos los que protestaron contra la Guerra de Vietnam y hasta los que la evadieron, como el presidente William Jefferson Clinton.

Hubo aquí en los jardines del conjunto cívico Richard Nixon Library and Birth Site, la oportunidad de hacer un retrato de los círculos del poder en Estados Unidos. Los Clinton, Bush, Reagan, Carter. Los Baker, Haig, Quayle, Agnew. Y desde luego, los que sobreviven a Nixon, su hija Julie de Eisenhower, y Patricia de Cox, cuya boda se realizó en 1971 en los jardines de la Casa Blanca (y donde el hermano de Hillary Rodham de Clinton desposaría en 1994 a la hija de la senadora por California, Barbara Boxer), todos miembros de la élite política estadounidense, enlazados en matrimonios prósperos.

Los símbolos y formalismos sociales saltaban a la vista. Los expresidentes -salvo Carter- llegaron a los funerales de la mano de sus esposas. En los rostros no había sonrisas; los discursos fueron leídos en voz y ritmo lúgubres. En ningún momento hubo aplausos. Desde el principio fue evidente que este sepelio no solo habría de ser interpretado por medio de la palabra, sino también por los signos de la comunicación no verbal, un funeral en el que la edad avanzada de los invitados y la ausencia de gente de raza negra mostraban de alguna manera los tiempos a los que perteneció Nixon.

Cuando comenzó la ceremonia, apareció otra señal que indicaba los nexos de Nixon con “las cosas terrenales”. El reverendo William (“Billy”) Graham se presentó en el pódium a dar la bienvenida a los invitados, a nombre de la familia. Así fue. El consejero religioso de los Nixon es el ministro del culto evangélico que se hizo popular en Estados Unidos por su incesante presencia en los medios de información, por medio de columnas en los periódicos, en audiciones de radio, en programas de televisión (que incluso se distribuyen en decenas de países, en inglés y con traducción simultánea).

Para muchas de las familias que conforman los círculos del poder desde que Estados Unidos comenzó a existir -desde que los padres fundadores acudían a orar al templo de Old South Boston-, los consejeros religiosos han jugado un papel relevante en sus vidas privadas.

A la hora de los discursos y las dedicatorias, quien mejor que Henry Kissinger para hablar sobre las virtudes políticas de Nixon en política internacional. Su objetivo, dijo el ex secretario de Estado, no fue imponer el dominio estadounidense, sino establecer su liderazgo.

Kissinger, como el senador Robert Dole y el gobernador de California, Pete Wilson, exaltaron el interés de Nixon por la paz, pero dejaron pasar de largo aspectos que el mismo Nixon describió en su libro La verdadera guerra, donde el ex mandatario sugirió que se evitara la “americanización” de conflictos como el de Vietnam, donde llegó a haber medio millón de soldados estadounidenses.

“En el corazón de la Doctrina Nixon está la premisa de que los países amenazados por la agresión comunista deban tomar responsabilidad primaria para su propia defensa”, escribió Nixon en 1980, aludiendo a sus propias decisiones y acciones y dictando la ruta que Estados Unidos seguiría en Sudamérica y América Central.

Ninguno de los oradores hizo alusión a Watergate. Pero el marco en el que se realizó la ceremonia era suficiente para tener presente ese episodio de la vida pública de Nixon. En la biblioteca que lleva su nombre hay decenas de cintas que guardan cuatro mil horas de conversaciones del expresidente, incluidas las que permitieron a sus enemigos provocar el escándalo de espionaje político conocido como Watergate.

Otra ironía de su vida, Nixon -lo señala un cartel en las salas de acceso público donde se encuentran las grabaciones- quiso que todas sus conversaciones oficiales en la Casa Blanca y en la residencia de descanso de Camp David, quedaran plenamente registradas. Su objetivo: quedar abierto al juicio de la historia.

Texto: Guillermo G. Espinosa

Publicado originalmente el 28 de abril de 1994 en el diario Excélsior de la Ciudad de México.


sábado, 9 de septiembre de 2023

La cultura de la guerra

En el Capitolio de Texas, lista de oficiales del
 ejército de los Estados Unidos que murieron
 durante la invasión a México de 1846 a 1848.
 Foto: VLPC

Chicago. Con 11 guerras a cuestas y un millón 154 mil soldados caídos en combate o perdidos en acción, una singular cultura de la guerra se ha enraizado en este país.

Hoy fue Día de la Conmemoración en Estados Unidos, Memorial Day en la lengua de este pueblo que en algún momento de su historia se ha quejado de “la exportación de revoluciones”, aunque ha llevado a más de un millón de militares a guerras con el extranjero, en 214 años de su historia.

El Memorial Day honra desde hace más de 100 años a los guerreros estadounidenses. Este año, la diferencia está marcada por los hechos en el Oriente Medio. Atrás quedó el debate sobre la moralidad de la guerra contra Vietnam y la derrota frente a un pueblo menormente armado. Ahora se celebra la guerra contra Irak.

En el lugar de residencia del comandante Norman Schwarzkpof, Tampa, Florida, anoche hubo fuegos pirotécnicos sobre sobre la bahía. El vicepresidente Dan Quayle depositó una ofrenda floral en el cementerio de Arlington, situado al sur de la capital estadounidense.

Lejos de la formalidad oficial, el Memorial Day es buen pretexto para ir a fiestas o a bares; la oportunidad para los ricos tomen unas breves vacaciones y algunos miembros de la clase media guarden luto. Es uno de esos días en que la gente del campo, las montañas y los barrios de trabajadores urbanos vistan el cementerio.

Es también ocasión para algunos grupos contestatarios manifiestan su indignación por la actitud belicista de su gobernante. El domingo cientos de motociclistas vestidos de negro, estilo rebeldes sin causa, recorrieron las calles del centro de Washington, yendo del Pentágono a la Casa Blanca.

“Las marchas triunfales con listones amarillos no pueden esconder el hecho de que hoy la situación en el Oriente Medio no es mejor que antes de la guerra”, afirmó Barry Romo, de la organización Veteranos de la Guerra de Vietnam contra la Guerra, en Chicago.

“No hay democracia en Kuwait; Sadam Hussein sigue en el poder y los curdos están muriendo. Bush y compañía pueden pensar que la guerra resuelve los problemas, pero la realidad está superando a la Tormenta del Desierto”, dijo en referencia al nombre de la operación militar en Irak, desarrollada del 2 de agosto de 1990 al 28 de febrero de 1991.

Un académico de la Universidad de Chicago, Barry Karl, afirma que en la historia de Estados Unidos, especialmente en el siglo XIX, a la guerra se la ha considerado un deber patriótico.

“Con la crisis del Golfo se hicieron evidentes algunos cuestionamientos, pero en general los estadounidenses han aceptado ir a la guerra por razones prácticas”, apuntó al ser interrogado sobre las guerras hechas por Estados Unidos.

Muchas veces justificada, la historia bélica de la Unión Americana abarca una larga lista. Y más extensas aún son las acciones de intervención o invasión.

“Estados Unidos ha logrado moldear su imagen de defensor de los inermes en los textos de secundaria, pero no sucede lo mismo en el registro de los asuntos internacionales”, escribió Howard Zinn, autor de A people's history of the United States.

Sin contar las bajas en la invasión a Panamá, en 1989, los asesores estadounidenses caídos en El Salvador, en la década pasada; los muertos en Beirut en 1983 y 141 soldados en Kuwait, Estados Unidos reporta 650 mil fallecidos en conflictos en el extranjero, 120 mil de los cuales fueron sepultados fuera de su país.

En la Guerra Civil (1861-1865) perecieron 497 mil y durante la expansión hacia los territorios indios del Oeste, otros mil. La cuenta total de un millón 154 mil soldados caídos en 11 guerras comienza en la Guerra Civil en 1861 y no incluye intervenciones militares cortas.

La expresión cultural

Hay países en América o en Europa en los cuales las familias pueden viajar a las localidades rurales en búsqueda de iglesias y plazas antiguas.

Aquí uno puede tomar los mapas turísticos y localizar monumentos, cementerios o hasta carreteras, como en el estado de Wisconsin, dedicados a los combatientes de este país.

En Silvis, Illinois, una comunidad mexicana que se asentó a orillas del río Mississipi desde la segunda década de este siglo construyó su propio Memorial para honrar a una desproporcionada cantidad de 30 mexicano-americanos de la pequeña localidad, muertos en Europa, Corea y Vietnam.

La erección de monumentos a los veteranos es una práctica extendida. En la zona metropolitana de Chicago, según la administración de parques de la ciudad, hay más de cien sitios dedicados a ex combatientes fallecidos.

En cada capital estatal, como en Lansing, Michigan, hay por lo menos una lápida conmemorativa. En Indianápolis hay un obelisco de más de 20 metros de alto. En Madison, Wisconsin, se inaugurará el año próximo un museo exclusivos de los veteranos de guerra; este estado posee una de las más notables tradiciones de evocación de sus guerreros.

Ser veterano de guerra en la Unión Americana es al menos un honor personal y un tema relevante en la retórica política nacional.

En el país de mayor gasto militar en el mundo, cualquier ciudad pequeña o barrio urbano que se precie de respetable tiene su tienda de artículos militares; una biblioteca pública con su sección de novelas sobre los tiempos de la guerra; una arrendadora de películas viodeograbadas con su sección de cintas bélicas, que incluya desde las luchas cuerpo a cuerpo, hasta los combates galácticos.

La antonomásica relación de la cultura estadounidense con la guerra se expresa en la existencia de tiras cómicas como Doonesbury, un veterano de la guerra contra Vietnam, que no se quita el uniforme y el casco ni para dormir.

Entre la clase política hay quienes sacan ventaja de su participación en la Segunda Guerra Mundial, Corea o Vietnam. Entre los periodistas, el cubrir una guerra es símbolo de estatus y experiencia.

Las tropas

Sin incluir a la Guardia Costera, el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos calcula que en Estados Unidos el total de miembros de las fuerzas armadas es de dos millones 117 mil 900, de los cuales 219 mil son mujeres. Un millón 613 mil son reservistas que reciben o han recibido algún beneficio económico de las instituciones militares.

Con base en esa cifra se tiene que casi uno de cada cien estadounidenses está involucrado directamente con las instituciones castrenses.

La mayor parte de las tropas está formada por hijos de trabajadores. Muchos de ellos esperan que a cambio de arriesgar su vida obtengan ayuda económica para realizar sus estudios. “Pero no sucede así”, dijo Emma Lozano, de una organización de Chicago llamada Comité Latino. “Las minorías, especialmente los hispanos, cuentan solo cuando hay guerra o cuando hay elecciones. Después se olvidan de nuestra educación y no nos dejan más alternativa que el trabajo en fábricas”.

En Estados Unidos, las guerras son decisión de los gobiernos, pero la actitud del pueblo es un aspecto que vale la pena observar. El sentimiento nacionalista que desatan las guerras -como en los años cuarenta ó en la crisis del Pérsico- le han dado popularidad a algunos presidentes.

Según una encuesta del diario nacional USA Today, al finalizar el conflicto con Irak, en la última semana de febrero de 1991, el 91 por ciento de los estadounidenses aprobaban la forma en que estaba desarrollándose la gestión pública del presidente George Bush. Tal nivel de apoyo no había visto en el presente siglo, según la publicación.

Las expresiones culturales de las guerras y las fuerzas armadas se distinguieron en las páginas de cualquier impreso periódico, en los cuales la guerra contra Irak incendió sentimientos antiHussein, como si se hubiera tratado de Adolf Hitler.

Para conmemorar el hecho bélico, salieron sorpresivamente a la circulación públicarevistas que desglosaban las características de las instituciones armadas estadounidenses y de las iraquíes, como si se tratara de equipos de futbol americano que luchan por hacer que su línea territorial avance. Las publicaciones se vendieron “como pan caliente”, con títulos como United States at war y Desert Storm.

Los medios, como el mismo USA Today, han publicado imágenes de tropas de asalto que cuidan la salud de soldados iraquíes en recuperación física o kuwaitíes que besan la bandera de Estados Unidos.

Algunas industrias y comercios pequeños también trataron de usufructuar del patriotismo vendiendo todo tipo de “recuerdos”, que van desde la fotografía estampada de un cohete balístico Patriot en una playera, hasta la cara de Shwarzkopf en tazas de café.

Después de tres meses de concluida la guerra, como símbolo de bienvenida, las calles de las ciudades estadounidenses lucen moños amarillos en edificios o antenas de automóviles y carteles impresos o luminosos que rezan: We support our troops. We are proud of our soldiers. Congratulations for the victory. [¿Quién podría afirmar crudamente que esa tierna canción popular de los años setenta, titulada "Ata un moño amarillo al viejo roble”, es una auténtica pieza de la cultura bélica americana? Pues lo es.]

La guerra aparentemente terminó en el Pérsico. La animosa euforia es más grande hoy.

Texto: Guillermo G. Espinosa

Publicado originalmente el 28 de mayo de 1991 en el diario Excélsior de la ciudad de México.



Richard Milhous Nixon: Funerales en Imperial Route

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